«Tú eras para mí la medida de todas las cosas»
A propósito de la obra, para mí, más importante de Kafka, piedra de Rosseta con que adivinar la locura de los hombres
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…y sin que sirva de precedente (¡o sí!), subo la newsletter de hoy en formato vídeo, en parte para actualizar también mi canal de YouTube, que lleva un tiempo acumulando polvo, y en parte también para demostrar la hipotética oralidad de la escritura de hoy.
Una hipótesis defiendo, que es que existe un canon alternativo dentro del canon hegemónico, y que es más fácil entrarle a Dante por la Vida Nueva que por la Divina comedia; que Noches blancas y Memorias del subsuelo se leen mejor hoy que los grandes volúmenes de Dostoievski; que Canetti es mucho más delicioso en sus aforismos que en Auto de fe o en Masa y poder; que no hay mejor Nietzsche que el de Humano, demasiado humano; que vale más el Goethe del Werther y la Elegía en Marienbad que el de Fausto; que la obra de juventud de Mann es más embriagadora que La montaña mágica; o que Kafka, sin saberlo, abrió una nueva vía en la historia de la literatura con su Carta al padre antes que con su literatura, llamémosla así, oficial.
A menudo, Kafka, Proust y Joyce se suelen explicar en racimo, incluso si la relación que guarda su obra es la misma que puedes establecer entre la composición del argón y la garganta de un colibrí.
En cuanto a mí, siempre preferí a Proust por encima de Kafka y de Joyce, a pesar que haya leído mucho más Joyce, y a pesar de que Ulises es la novela por antonomasia de la crisis de la masculinidad (veinticuatro horas en la grisura de un hombre dublinés vencido por sí mismo, némesis del verdadero Odiseo, y visto desde todos los ángulos posibles), y a pesar también de que la Carta al padre —que, como su nombre indica, se trata de un intento de salvar las insalvables distancias con su padre— sea el libro que debería presidir la biblioteca de cualquier clínica de psicoanálisis: nada como esa obra —ni siquiera Freud, ni siquiera Lacan, ¡ni Dostoievski, tampoco!— explica mejor la locura de los hombres.
«Tú eras para mí la medida de todas las cosas».
Durante las últimas semanas no escribí otra cosa que diagramas. ¡Fantaseo con una novela compuesta solo de diagramas! También con una inversión de la Carta al padre, es decir, la Carta al hijo. Pero no me refiero a toda esa nueva literatura almibarada de hombres entregados al, vamos a llamarlo así, parentwashing (o sea, enjabonarse la marca propia, en mitad de la crisis de la masculinidad más grave de la historia, a partir de esa pornográfica tautología que es la declaración del amor a los hijos, enfrascada, además, y por si fuera poco, en un recipiente de apariencia literaria), sino a la exposición de los demonios propios, el revelado de la maldad de quien escribe, en relación al fracaso de las propias expectativas en el mundo, y, por tanto, la exposición del horror de fracasar en tanto que padre.
En Literatura y psicoanálisis, Lola López Mondéjar cita un artículo de Pilar Vicente Serrano en el cual resume lo que podría considerarse rasgos comunes de la literatura escrita por mujeres. Vendrían a ser los siguientes: «la búsqueda del yo, la narración de la historia de una forma intimista y cercana y la escritura de una literatura de compromiso y complicidad con las demás mujeres». Obras capitales, internacionalmente aclamadas, en las últimas décadas, y sin las cuales podríamos explicar nuestro presente —pienso en Annie Ernaux, Alexievich, Anne Carson, Springora, Cristina Rivera Garza…— responden a esta característica. Si lo piensas, de hecho, la Carta al padre de Kafka anticipa por completo esta ola. Su obra es, casi que por definición, cosas de chicos: nada hay más masculino que la relación entre un hombre y su padre. Graciosamente (en verdad es muy trágico y muy doloroso, pero ya se sabe que la comedia es tragedia más tiempo), ni Kafka consideraba ese texto una pieza literaria, y lo cierto es que solo fue concebido para un solo y único lector. Más de cien años después, y en contra de su voluntad, resulta una reliquia completamente pionera en su género, invisible incluso a los propios ojos de los eruditos del autor checo.
«Yo tendría una familia, lo máximo que se puede alcanzar según mi opinión».
Si le preguntas a un hombre cuál es su mayor miedo, te responderá otra cosa, pero pensará esto: la soledad. Nada teme más un hombre que quedarse solo. La ausencia de correspondencia es una pared abisal; una tortura que acaba por derrumbar a cualquiera. En su Carta al padre, colmado de frustración ante su incapacidad de casarse y constituir una familia, y alejado por completo de su padre, Kafka demuestra una soledad proverbial, la cual baña toda lectura del texto de un manto de compasión inacabable. Leyendo a este Kafka, estamos delante de un inmenso niño desolado. ¿Y qué es un humano adulto si no esto mismo?
Ahora ya más en serio, el fracaso como padre diría q es prácticamente inevitable. Lo cual, si lo piensa bien, es algo lógico e irremediablemente humano. El cómo lidiar con ese fracaso a través de la empatía y el perdón es el verdadero quid de la cuestión.
Tu camisa ochentera en el vídeo es psicotrónica :)