‘Mahabharata’, ‘Finnegans’, el Talmud, 'La Disparition’… ¿Puede la ingeniería ayudar a una nueva edad de oro de la traducción?
La traducción comparte con el ajedrez el poder de la memoria. ¿Qué escenarios se abren delante de nosotros cuando logremos idear un Deep Blue de la traducción?
Incluso si pensamos que todo el contenido del mundo está ya en Internet, no hay aún ni una sola traducción al castellano, online o en papel, del texto íntegro del Mahabharata, una de las obras canónicas de la literatura de India. Escrita en sánscrito, consta de unos 200.000 versos. Su titánico tamaño convierte la traducción en una empresa inviable. En no pocas ocasiones, de hecho, el acceso a obras difíciles, ya sea por la rareza del idioma de origen o por el puzzle lingüístico que plantean, depende del radical y heroico altruismo de sus traductores y editores. ¿Podríamos hoy estar al borde de revertir esta situación? ¿Puede que el acceso a cierto tipo de literatura no dependa ya de inversiones destinadas al desastre? ¿Cuánta rivalidad, pero sobre todo, cuánta cooperación cabe en un diálogo entre traducción e ingeniería?
Meses atrás, comencé a trabajar con un equipo de ingenieros con el propósito de sondear límites y posibilidades entre la literatura y LLMs. Como la mayoría de profesionales, pensamos que la traducción automatizada está muy lejos de los resultados que ofrece una gran traducción literaria, caracterizada no solo por el conocimiento de la lengua de origen, sino, sobre todo, por la destreza con la lengua de destino: ritmo, oralidad, texturas, gusto… Como sea, la escritura —y especialmente la traducción— comparte con el ajedrez el poder de la memoria: cuantas más jugadas tienes en la cabeza, más sencilla y más bella resulta la resolución de rompecabezas que plantea una traducción. Por tanto, la composición de esa descomunal memoria, ¿una especie de Pierre Menard?, solo puede derivarse de la cooperación entre diversas inteligencias.
Estos días asistí a los resultados de unas pruebas inequívocamente sorprendentes, que empiezan a dejar atrás el lugar común según el cual la máquina está muy lejos de los logros lingüísticos del ser humano: ¿puede un LLM ayudarnos a iluminar rincones del sánscrito apenas sin explorar?, ¿qué pasaría si el acceso a cimas de la traducción, como Finnegans Wake o La Disparition de Perec, tuvieran más de una vía de entrada?, ¿puede la tecnología ayudarnos a abrir nuevos caminos hacia Cantar de los cantares, originalmente compuesto en hebreo, la poesía latina de Catulo o el Nihonshoki, obra que recoge los mitos de Japón? Como sea, el nuevo horizonte que plantea esta integración de la tecnología en las humanidades replica exactamente los mismos principios y dilemas que se establecen en el diálogo entre la IA y disciplinas como la medicina o el derecho: si la técnica nos ayuda a resolver problemas con mayor agilidad, la última pieza del puzzle solo puede ser encajada por una mano humana. Es la única forma de encaminarnos a un uso verdaderamente responsable y humanista de la tecnología.