Contra la literatura segregada, a favor de ella
Escritores para hombres; escritoras para ellas… Sobre escribir en ropa interior, enfermarse en un hotel de 5 estrellas, el odio de los hombres heteros y el dilema de la literatura segregada
En portada, Mastroianni y Ekberg en un icónico fotograma de la aspiracionalidad masculina y femenina en la cultura
I.
Por fin puedo volver a escribir en ropa interior después de diez días agotadores. Esto es lo que pasó desde la última vez que escribí aquí:
El 20 de junio salió mi último libro y me morí de miedo, a pesar que intenté comunicar lo contrario.
El 21 de junio presenté Follar y comer sin culpa, de María del Mar Ramón, en la librería feminista La Raposa y también me morí de miedo: a pesar de que una vez di una conferencia delante de 1.200 personas en Bogotá, de que he tenido que hacer presentaciones en las que había en juego cientos de miles de euros y de que una vez fui director creativo para cierto ex ministro que ante cada presentación de cualquier persona (no solo yo) daba cabezadas de sueño (incluso con la mano pegada a una Coca-Cola, lo cual volvía la situación más humillante y grotesca), nunca jamás había presentado un libro en una librería cuyo espacio estuviera restringido a mujeres e identidades trans. ¿Qué hacía yo ahí? Bueno, la autora y su sello me propusieron entablar una conversación sobre masculinidades y todo salió bien, María del Mar fue un encanto y la audiencia también y nos reímos un montón, pero la situación —chicx, qué quieres que te diga— me dio miedo. Me quedé con muchas cosas del diálogo y una de ellas fue la culpa de la autora ante el hecho de que dos meses antes de la victoria de Milei, ella no sabía ni cómo se escribía su nombre. Habíamos perdido de la conversación a mucha gente en el camino.
El 24 contraje un virus que me dejó afónico toda la semana; semana en la que tenía que hablar un montón.
El 25, enfermo, tomé un AVE a Madrid a las 7 am. Tuve una reunión de dos horas que remató mi afonía, comí con un viejo amigo que me puso al día sobre toda la cultura memera de extrema derecha en Internet, presenté mi libro con Margaryta Yakovenko en Tipos Infames (puedes verla aquí y, si vives en Madrid, comprarle el libro a ellos) y luego fuimos a tomar algo. Cuando ya solo quedábamos tres tíos en el bar, salieron temas de conversación de tíos. Uno de ellos, por ejemplo, expresó que su lectura favorita este año habían sido las memorias de Churchill, y a mí me interesó muchísimo (ni por aquí se me había pasado leerme esa cosa: luego de escucharlo a él, sí). Regresé a mi habitación enfermo. Me hospedaba en un hotel de cinco estrellas y mi cena consistió en las trufas de chocolate de cortesía. Tiritando, lleno de escalofríos, me metí a la cama con ropa puesta: los años y la experiencia demuestran que el glamour siempre es la punta de un iceberg de patetismo.
El 26, enfermo, tomé un AVE a Barcelona a las 7am. Presenté mi libro con Kim Nguyen y Lucho Fraga en mi ciudad y con mis amigos y la cosa acabó razonablemente tarde. Fui muy feliz ese día. Puedes ver el vídeo de la presentación aquí y comprar un ejemplar en La Central.
Los años y la experiencia demuestran que el glamour siempre es la punta de un iceberg de patetismo.
El 27, todavía enfermo y afónico, rodé el piloto de un podcast. Por la noche pedí comida a domicilio con Nat y Uli y me morí.
El 28 fuimos los tres comer por ahí, vimos Del revés y disfruté un montón la lectura de la biografía de Lacan de Roudinesco. Mientras, me morí de pena ante la perspectiva de que el tema de conversación de momento fuesen los cortes virales de un señor con gorra que hablaba de Tartaria en el podcast más escuchado del país, y de que la prensa esté llena de entrevistas a candidatos fascistas (dejé la prensa hace mucho, pero en mis tiempos a esa gente no se le daba altavoz: cubrí las elecciones de Francia que ganó Macron en 2017 y entonces era tabú entrevistar a la gente de Le Pen; hoy tengo la sensación de que su discurso está en todas partes). Durante días, el candidato ese de m13rd4 de las ardillas de los c#j0n3$ fue tema de conversación de uno de mis grupos de WhatsApp con otros escritores. Suelo intentar ver el vaso medio lleno, pero a veces no hay manera.
II.
En una sesión de Gestalt, mi terapeuta me preguntó cómo exteriorizaba yo la ira y le dije que solía disimular, ocultar o desviar cualquier tentativa de odio porque normalmente lo asociaba a conductas irresponsables y normativas (en corto: en mi cabeza, un hombre enfadado era igual a un hombre machist…), a lo cual ella me corrigió:
—La ira es una emoción normal. Sentirse enfadado es normal. El asunto es qué clase de cosas te hacen sentir enfadado, y, sobre todo, cómo exteriorizas el odio.
Hay lectores que se parecen a sus autores favoritos, como hay perros que se parecen a sus amos:
Le di toda la razón y supongo que se trata de un problema grave que en los últimos años el enojo haya sido capitalizado social y electoralmente por candidatos de extrema derecha, hasta el punto de que hayamos convertido las dos cosas en sinónimos (hombre heterosexual enfadado = pVt0 reaccionario de mierd4), mientras a la masculinidad progre la dejábamos hacer sus cosas en el redil del pudor y la contención.
Creo que no te sé decir ni un solo texto periodístico escrito desde la ira por un hombre enfadado en los últimos diez años con el que contemporice intelectualmente. Lo mires por donde lo mires, se trata de una situación psicótica.
III.
Me pasó hace poco, tíx, que fui a La Central en busca de un regalo para mi amiga Gala y allí me encontré a Sara Torres y Pablo, su jefe de prensa, a punto de presentar su último libro. Eché un vistazo a la librería, abarrotada y pensé que casi todo el mundo tenía el mismo vibe que la autora, y también pensé que qué raro sería que yo me hubiera quedado a la presentación, o defendiera el libro ardientemente, o lo criticase con vehemencia: hay libros que tienen un público clarísimo, y evidentemente yo estoy muy lejos de ser público potencial de ese título (aunque otra tarde, semanas antes de esa presentación, me lo eché prácticamente del tirón en el sofá de Finestres, así que igual sí soy público y me estoy autoengañando). Estoy bastante seguro de que nadie me creería si yo mañana amaneciese convertido en un encendido apologeta de Safo, y aquí viene la pregunta que me atormenta en las últimas semanas:
¿Qué b3rg#s hacemos con la literatura segregada?
Hombres que pasamos casi toda nuestra biografía lectora sin leer mujeres, apenas, en los últimos años las leímos a ellas de la misma forma en que hay gente que se convence de que hacer burpees es buenísimo: manteniendo la sonrisa con un titánico esfuerzo
No sé si te has dado cuenta (bueno, yo acabo de caer leyendo esto), que hay lectores que se parecen a sus autores favoritos, como hay perros que se parecen a sus amos: la historia de la cultura es, también, o, mejor dicho, principalmente, la historia de la cultura de género (la historia de la aspiracionalidad de lo masculino y lo femenino), motivo por el cual cuando pienso que no suelo escuchar a Taylor Swift voluntariamente, me pregunto si de verdad me gusta la música, o esencialmente la música hecha por hombres.
Me pasó hace poco hablando con Esmeralda Berbel que ella decía que aunque entró a la literatura leyendo a hombres, en los últimos años había hecho un ejercicio de reparación histórica leyendo a autoras —parafraseo— que le gustaban de verdad —lo que no quitaba que una parte importante de su canon fuese masculino—. Del otro lado, no exagero si digo que hombres que pasamos casi toda nuestra biografía lectora sin leer mujeres, apenas, en los últimos años las leímos a ellas de la misma forma en que hay gente que se convence de que hacer burpees es buenísimo: manteniendo la sonrisa con un titánico esfuerzo, incluso a pesar de que el entrenamiento, pues sí, valió la pena, e incluso a pesar de que hoy hacemos esos mismos burpees con una facilidad que a nosotros mismos nos asombra.
Supongo que se trata de un problema grave que en los últimos años el enojo haya sido capitalizado social y electoralmente por candidatos de extrema derecha, hasta el punto de que hayamos convertido las dos cosas en sinónimos (hombre heterosexual enfadado = pVt0 reaccionario de mierd4). Al mismo tiempo, creo que no te sé decir un solo texto periodístico escrito desde la ira por un hombre enfadado en los últimos diez años con el que contemporice intelectualmente
Escribo todo esto para manifestar que tengo una relación completamente estrafalaria y conflictiva con la literatura segregada: me llena de frustración no conectar con toda la mesa de novedades escrita por mujeres, pero me colma infinitamente seguir perdiéndome en lo que podemos referir como cosas-de-cñores-de-la-literatura (Harold Bloom); me llena de frustración el sentimiento de castración de buenos lectores que temen desacreditar en público la obra de una autora, pero me parece completamente razonable que haya un montón de tías escribiendo cosas malas de la misma forma que históricamente los tíos publicamos una indecente cantidad de mierda; me causa horror una visión de la cultura en la que cada quien solo hace caso a lo que Delia Rodríguez refirió como Internet de chicos e Internet de chicas, pero la mayoría de mejores obras que leí en lo que va de año las escribieron mujeres (Mónica Ojeda, Alba Muñoz, Catherine Lacey, Kim Nguyen…).
¿A alguien más le pasa?
È un mondo difficile. Yo qué sé, tíx.